Cuando el jefe de una familia moría, todas las mujeres de la casa se cubrían la cara de lodo y así desgreñadas recorrían la ciudad. Los hombres hacían lo mismo respecto a las mujeres.
Después de estas primeras manifestaciones de dolor, se enviaba el cuerpo del muerto a los embalsamadores, clase inferior de la casta sacerdotal. La familia convenía con ellos el precio de esta operación, precio que variaba según la sencillez o magnificencia del embalsamamiento. La más común se limitaba a purgar el vientre del difunto con drogas de bajo precio, a desecar el cuerpo entero dejándolo durante setenta días sumergido en natrón, enfundarlo luego en una mortaja de tela grosera, más aún
groseramente recosida, y depositarlo en este estado en las catacumbas públicas. A veces se tendía al muerto sobre una tabla de sicómoro, envuelto también en la sábana mortuoria.
Si el individuo podía hacer algún gasto, se empleaba aceite de cedro en la limpieza del vientre; se desecaba el cuerpo con natrón; y bien cada miembro por separado, o el cuerpo entero, se envolvía en vendas de algodón empapadas en la mismo clase de aceite o en cualquier otra sustancia conservadora; inmediatamente se ponía el cuerpo en un ataúd más o menos adornado con pinturas. Sobre la parte frontal de este ataúd que solía ser frecuentemente de madera se escribían los nombres del muerto, el de su madre, y la profesión del difunto.
Puede uno hacerse una idea de la variedad de estas prácticas, pensando en todo aquello que la piedad, el cariño y la vanidad son capaces de imaginar para la decoración de esta última morada del hombre, y en todos los grados recorridos desde el humilde embalaje de tela del pobre hasta el magnífico sarcófago real de granito o alabastro.
La primera operación de los embalsamadores consistía en extraer el cerebro por las narices por medio de un instrumento curvado; la cavidad de la cabeza se llenaba inmediatamente inyectando betún líquido y muy puro, que al enfriarse se endurecía. Se ha extraído de algunas cabezas de momias la cofia del cerebro perfectamente conservada.
Se hacía también la extracción de los ojos, que se sustituían por ojos de esmalte.
El cabello se dejaba sobre la cabeza, y se han visto algunas cabelleras largas y lisas, otras rizadas, y otras trenzadas, y ordenadas de modo que se veía la mano del peluquero.
Por medio de una piedra cortante, se hacía la incisión en el costado izquierdo, y por esta abertura se extraían los intestinos y las vísceras. Las cavidades del abdomen y del estómago se lavaban cuidadosamente con infusiones de vino de palmera o sustancias aromáticas, y se secaban con polvo de estos aromas; luego se llenaban con mirra y otros perfumes, incluso con serrín de maderas olorosas, con el que mezclaban joyas y figurillas religiosas de metales preciosos o comunes, de piedras duras o porcelana.
El cuerpo, preparado de este modo interiormente se depositaba en el baño de natrón, sustancia muy abundante en Egipto en todas las épocas, y allí se permanecía durante setenta días; la carne y los músculos desaparecían allí completamente devorados por la sustancia química, de modo que del cuerpo sólo quedaba la piel pegada a los huesos. Tal es el estado en que hoy se ven las momias de algunos museos.
Algunas veces, en vez de secar así el cuerpo, se inyectaba en las venas del difunto, por medio de procedimientos muy complejos y costosos, un compuesto químico líquido, que tenía la propiedad de conservar el cuerpo y dejar en sus miembros casi toda su elasticidad natural.
Mientras tanto, se sometían los intestinos y las principales vísceras del muerto a una preparación a base de betún hirviendo; se envolvían por separado el cerebro, el corazón, y el hígado en un lienzo, y se depositaban en cuatro recipientes que se llenaban con la misma sustancia líquida.
Después de los setenta días de inmersión en natrón, el cuerpo se amortajaba. Se envolvía cada dedo por separado en vendas muy estrecha; luego la mano, y por último, y por separado, el brazo. La misma operación se repetía con cada uno de los miembros, y con la cabeza se procedía aun más cuidadosamente. La tela que estaba en contacto inmediato con la piel, era siempre la más fina. El rostro iba cubierto por varias capas sucesivas; y su adhesión a la piel es tal que levantadas todas juntas han servido de moldes para obtener un retrato del difunto.
Se envolvía todo el cuerpo cuan largo era, y se restablecía fielmente mediante trazos artísticamente ejecutados sobre las venda, las formas primitivas de cada miembro, que la acción del natrón había destruido por completo.
Se ha comprobado que las uñas de los pies y de las manos de estas momias habían sido pintadas de oro; también se han encontrado placas de oro sobre la boca y los ojos, así como la cabeza también completamente dorada.
También se encontraron debajo de los vendajes los anillos y los collares de los difuntos, joyas. A los costados figurillas, objetos predilectos y hasta manuscritos.
Envuelta en lienzos y en una mortaja sujeta por varias vendas, la momia se colocaba en un ataúd de madera, de granito, de basalto, o de otras materias.
Este ataúd se adornaba de pinturas y esculturas; para los personajes importantes el primer ataúd se encerraba en un segundo, y éste en un tercero, todos ellos adornados con motivos religiosos.
Muy lindo la verdad gracias a gente como usted el pais se esta salvando de la crisis monetaria muchas gracias 😉