“(…) Vivían en chozas de paja en la ladera de un barranco cubierto de malezas, justo detrás de los edificios de las factorías. No eran felices (…) Además, las raciones que les servía la Compañía no les sentaba bien, porque era un alimento desconocido en su tierra, al que no podían acostumbrarse. En consecuencia, se sentían enfermos y tristes.”
“Una avanzada del progreso”de Joseph Conrad
En 1873 entró en crisis la gran expansión capitalista que se había iniciado durante la segunda fase de la Revolución Industrial. Esta crisis se extendió hasta 1896 y produjo importantes cambios en el capitalismo.
La expansión del capitalismo a nivel mundial, durante el siglo XIX, generó la división internacional del trabajo según la cual algunas regiones del mundo se incorporaron al mercado como proveedoras de materias primas y alimentos (países periféricos), mientras que otras se especializaron en la producción industrial (países centrales). De este modo, aumentó considerablemente la oferta de materias primas en el mercado mundial (produciendo un descenso en sus precios). Esta situación perjudicó a los productores europeos que no podían competir con los precios de los países periféricos. Por eso, exigieron medidas proteccionistas para resguardar su producción.
La crisis no se limita al agro sino que también se extiende a la industria. Este sector entró en crisis debido a la aparición de nuevos países industrializados y el crecimiento de las nuevas industrias puso gran cantidad de bienes elaborados que no podían ser consumidos por la demanda. Como consecuencia, los precios de los bienes industriales también descendieron y, como los sectores ligados al agro, exigieron medidas proteccionistas.
Otro factor a tener en cuenta es la creciente organización de los trabajadores. Con el crecimiento de esta clase social el poder de presión sobre el Estado y la burguesía aumentó considerablemente. Las organizaciones sindicales se extendieron primero por Europa y luego a diferentes lugares del mundo. (Por ejemplo, encontramos en EE.UU la Knights of labor (Caballeros del trabajo), American Federation of labor, etc.). Durante esta etapa el socialismo y el anarquismo funcionaron como combustible ideológico de estas organizaciones y también de partidos políticos.
Todos estos factores llevaron a que la tasa de ganancia de la burguesía se vea reducida, y sin posibilidad de reducir demasiado los salarios (gracias al accionar de los sindicatos), tuvieron que encontrar una salida a la crisis. La alternativa fue encontrar nuevos mercados para colocar sus productos. Por lo tanto, los países centrales comenzaron un proceso de expansión sobre el planeta conocido como imperialismo. El control sobre esos territorios podía ser de forma directa o indirecta (zonas de influencia). El control aseguraba a las potencias industriales el acceso a
materias primas necesarias para sus industrias y alimentos para su población, y mercados para la venta de sus productos y la colocación de sus inversiones de capital. También fueron fuente de mano de obra barata. Además, algunos lugares se constituyeron como destino de excedente de población de los países industrializados (válvula de escape) que generaba la disminución de la conflictividad social.
La búsqueda de nuevos mercados desató la competencia entre las potencias industriales ya que cada uno intentó extender su influencia a la mayor cantidad de regiones posibles.
El imperialismo formal: es la dominación política y militar de un país sobre el otro, es decir que se trata de una relación entre metrópoli y colonia. La potencia dominante envía funcionarios y militares a sus colonias o designa a funcionarios locales para
organizar su dominio y controlar la población. Además, toma las decisiones económicas (la colonia comercia exclusivamente con la metrópoli, salvo que la metrópoli la faculte a hacerlo)
El imperialismo informal o neocolonialismo: es la influencia y el predominio que ejerce una potencia sobre un país en términos económicos, políticos, sociales y culturales. En este caso, el país dominado es políticamente independiente pero el país dominante condicional sus decisiones económicas. La potencia es la principal compradora de los bienes que produce el país dominado o, a través de sus inversiones de capital o la presencia de empresas, controla una o más actividades económicas claves.
Estas formas de imperialismo se fundamentaban en relaciones comerciales desiguales. Mientras que los países centrales exportaban bienes industriales y capitales los países dominados exportaban productos primarios.
En principio, tanto las colonias formales como las informales se incorporaron al mercado mundial como economías dependientes, pero estasubordinación tuvo impactos sociales y económicos disímiles en cada una de las periferias mencionadas. En primer lugar porque el rumbo de las colonias quedó atado a los objetivos metropolitanos.En cambio, en los países semisoberanos, sus grupos dominantes pudieron instrumentar medidas teniendo en cuenta sus intereses y los de otras fuerzas internas con capacidad de presión. Pero además, tanto en la esfera colonial como en la de las colonias informales coexistieron desarrollos económicos desiguales en virtud de los distintos tipos de organizaciones productivas.
Gran parte de las áreas dependientes no se beneficiaron del crecimiento de la economía global. En la mayoría de las colonias se acentuó la pobreza y sus poblaciones fueron víctimas de prácticas depredatorias. Portugal en África, Holanda en Asia y el rey Leopoldo II en el Congo fueron los más decididos explotadores.
En aquellas colonias donde una minoría de europeos impuso su dominación sobre grandes poblaciones autóctonas –los casos de Kenia, Argelia, Rhodesia, África del Sur– los colonos acapararon la mayor parte de las tierras productivas, impusieron condiciones de trabajo forzado y marginaron a los nativos sobre la base de la discriminación racial.
La justificación del imperialismo se debió a un conjunto de ideas entre las que encontramos el “darwinismo social”. Según esta teoría las sociedades eran organismos vivos en los que se libraba una lucha por la existencia que permitía la supervivencia de los más aptos biológicamente. Este organicismo justificaba, a través de las ciencias naturales, la superioridad de algunos grupos humanos sobre otros, así como las diferencias entre clases sociales, y entre hombre y mujer.
Mapas:
África
Asia
Oceanía
El imperialismo en América Latina.
La era del imperialismo constituyó el marco de la decisiva incorporación de América Latina a la economía mundial capitalista. Este proceso produjo transformaciones fundamentales en todo el subcontinente: por un lado, consolidó el perfil agro-minero exportador de su economía; por otro lado, esa orientación profundizó las diferencias regionales, en función de las diversas “vías nacionales” a través de las cuales se llevó a cabo. Fue en esta era, también, cuando se despertaron las más intensas expresiones de búsqueda de una identidad latinoamericana y nacional, recortada frente a los imperialismos que la amenazaban. Es síntesis, este territorio histórico condensa problemáticas decisivas para América Latina.
Las apetencias de las economías europeas, en este período de crecimiento de las economías industrializadas y de expansión sobre nuevos territorios, encontraron en América Latina un espacio propicio para la obtención de materias primas y un mercado en crecimiento para la colocación de productos de elaboración industrial. Frente a ese contexto, las oligarquías locales buscaron incrementar la producción agrícola y minera para su exportación. Lo hicieron sobre la base de la estructura de los grandes latifundios o haciendas, de las que eran propietarias. Así, consolidaron un modelo de crecimiento económico basado en la especialización productiva, en la explotación extensiva y en la dependencia de los mercados exteriores.
El contexto era propicio para que las oligarquías dejaran atrás las viejas disputas faccionales y coordinar desde el Estado las tareas necesarias para la definición de una economía orientada hacia el exterior. Esto suponía la integración del territorio nacional y el avance sobre nuevas tierras para sumarlas a la producción exportable; además era necesario solucionar, en algunas regiones, el problema de la escasez de mano de obra, y resolver la necesidad de contar con capital e infraestructura para agilizar la producción y fundamentalmente la comercialización. Si las primeras tareas podían ser encaminadas a partir de la construcción de la gestión estatal (lo cual incluía la administración de la violencia por parte del Estado, necesaria para la reducción o incorporación de las poblaciones originarias al área de influencia de la “economía europea”), y en algunos casos resultó importante el fomento de la inmigración, las inversiones que se requerían para el transporte y la comercialización le aseguraron a las economías imperiales algo más que el papel de compradores. Así, principalmente el capital inglés se posicionó, fundamentalmente a través de la inversión en ferrocarriles y del control del sistema financiero, como una presencia tutelar del crecimiento de las economías de los países latinoamericanos y de la orientación de sus elites gobernantes.
La consolidación de una estructura estatal resultó fundamental para la integración del territorio nacional y para definir las bases institucionales necesarias para el funcionamiento del modelo primario exportador. Este proceso tuvo diferentes ritmos y etapas en los diversos países del continente. Allí donde la demanda internacional coincidía con las posibilidades que ofrecían los suelos, las oligarquías pudieron negociar o imponer su predominio sobre otras facciones, y consolidar el poder del Estado. Lo hicieron a partir de una alianza de hecho con el capital extranjero, que ocupó un lugar fundamental en el financiamiento a través de préstamos, que inauguraban una larga historia de endeudamientos.
De acuerdo al tipo de producto primario que cada región podía ofrecer, se hacía necesaria la ocupación de regiones que, en algunos casos, habían permanecido al margen, incluso durante los siglos de dominación colonial. En el caso de México y Argentina, por ejemplo, la consolidación del poder estatal estuvo ligada al sometimiento de las poblaciones originarias a través de campañas militares que llegaron a producir el exterminio de poblaciones enteras. Este fue el caso de la llamada “Conquista del Desierto” encabezada por el presidente argentino Julio A. Roca. A través de una excursión militar hacia lo que, con eufemismo, se denominaba “desierto”, el Estado incorporó a la economía nacional, orientada a la exportación de productos demandados por los centros industrializados, como lana, carne o cereales, miles de kilómetros de la Patagonia.
La especialización productiva que produjo el modelo agro minero exportador hizo que los sectores encargados del control del Estado fuesen aquellas elites provenientes de las regiones más favorecidas por esa redefinición de la economía. En Brasil, por ejemplo, la demanda de los mercados internacionales reorientó el predominio de la actividad económica hacia las regiones del sur, que expresaban el avance del café y la ganadería, por sobre las tradicionales producciones de azúcar y algodón.
En general, las oligarquías que comandaron este proceso de consolidación de los Estados Nacionales, lo hicieron guiados por el espíritu “civilizatorio” que acompañaba las excursiones hacia territorios que antes estaban fuera del alcance estatal. Las consignas de “orden y progreso” o “paz y administración” resultaron lemas característicos que sintetizaban la ideología positivista que sustentaba la acción “modernizadora” en lo económico, pero profundamente conservadora en lo político. El control del aparato estatal, y la exclusión política y social de las mayorías, resultaron rasgos centrales de la consolidación del orden oligárquico, tal como lo estamos describiendo.
Sin embargo, no siempre las oligarquías lograron acuerdos que les permitieran neutralizar las viejas disputas faccionales, ni tampoco en todos los países el Estado consolidó rápidamente una estructura capaz de controlar todo el territorio y transformarlo en función de la nueva orientación de la economía. En algunos casos, regiones enteras quedaron al margen porque siguieron siendo poco valoradas en términos económicos, o porque el crecimiento no alcanzó a incorporarlas. En otros casos se conformaron verdaderas economías de enclave, en donde las empresas de capitales extranjeros controlaban no sólo la producción sino también la comercialización y el abastecimiento de los productos consumidos por los trabajadores. Este era el paisaje de la explotación del azúcar en las islas del Caribe, pero también el del salitre en el norte de Chile, la minería boliviana y el azúcar en el norte peruano.
Allí donde el Estado no logró tener presencia, la exploración de nuevos territorios quedó en manos de emprendedores, que pudieron construir así sus propias riquezas.
Pero en esos años finales del siglo XIX asomaría en el continente una sombra imperialista que a la postre se revelaría como algo más palpable que un espectro. La presencia de EEUU se hizo cada vez más potente a partir de su creciente protagonismo en las disputas por los mercados de capital y las fuentes de materias primas. La emergente potencia imperial del norte había procurado posicionarse desde principios del siglo XIX como “hermano mayor” de sus “débiles” vecinos, para resguardarlos de la posibilidad de recaer en las “garras” coloniales. El marco ofrecido por la Doctrina Monroe, sancionada en 1823, invocaba el principio soberano de “América para los americanos”, pero establecía de hecho la incumbencia norteamericana en el ámbito continental.
EEUU impulsaba ahora, en “la era del imperialismo”, una traducción de su liderazgo continental por medio de la promoción de Conferencias que buscaban unir a todos los Estados Americanos. La primera de esas reuniones, convocada en Washington, en 1889, puso en evidencia la intención de los norteamericanos de propiciar acuerdos comerciales y unificar las normas jurídicas para potenciar su penetración económica en el continente, en el marco de su proyecto “panamericano”. Esa posición de liderazgo en la promoción de una organización de escala continental sería pronto reafirmada a través de la participación en gestiones para dirimir conflictos entre los países latinoamericanos y las viejas potencias imperiales europeas, que aún conservaban su presencia en el continente. Así, la gestión diplomática en ocasión de las disputas entre Venezuela y Gran Bretaña por el límite de la Guyana, en 1897, sería un antecedente para que luego EEUU interviniera decisivamente en el proceso de independencia de dos islas que constituían los últimos bastiones del viejo imperio español. Principalmente Cuba, aquel emporio de la colonia, constituía un espacio estratégico en el área del Caribe, de singular interés para los norteamericanos. De allí que EEUU ofreciera, además de la diplomacia, su apoyo militar a los ejércitos rebeldes que luchaban por la independencia. La declaración de guerra a España, en 1898, tras un incidente con un barco de bandera norteamericana, decidió el definitivo retroceso del colonialismo ibérico, y al mismo tiempo inauguró la era del imperialismo norteamericano, a través de la ocupación de Cuba y Puerto Rico, botines de la Guerra ganada. Si bien la primera de estas dos islas declararía su independencia formal, la enmienda Platt, incorporada al texto constitucional de la nueva República, cedía a EEUU parte del territorio y el derecho a la intervención.
Aunque las iniciativas vinculadas con el proyecto panamericano no se detuvieron y se organizaron nuevas reuniones rebautizadas como Conferencias Interamericanas, con el comienzo del siglo XX EEUU acentuaría su estrategia de intervención en el continente con menos diplomacia y más “garrote”. Esa impronta de la política exterior era el espíritu del llamado corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe, a
través del cual el nuevo presidente norteamericano Theodore Roosevelt admitía la necesidad de propiciar una política más agresiva de defensa continental, frente a la debilidad que mostraban muchos gobiernos para enfrentar las amenazas de las potencias extracontinentales.
El desorden financiero de los Estados de América Latina, que supuestamente los colocaban en una situación de debilidad frente a los acreedores europeos, comenzó a ser considerado, también, un motivo de intervención. A nadie escapaba el hecho de que detrás de esta política de protección continental se encontraban los intereses imperialistas de Norteamérica. Esto se pondría de manifiesto en torno de la independencia de Panamá en 1903. EEUU había intentado negociar con Colombia la sesión de una parte de su territorio, considerado propicio para la construcción de un canal interoceánico. Fracasados los intentos diplomáticos, Roosevelt decidió el apoyo a los ejércitos independentistas, que garantizaron la cesión a EEUU del territorio donde, luego de declarada la “independencia”, comenzaría a construirse el Canal
La invocación del corolario Roosevelt de la Doctrina Monroe sería también el pretexto del desembarco de marines norteamericanos en Santo Domingo en 1905, frente a la amenaza de un levantamiento armado opositor, y de una intervención en Cuba, amparada en la enmienda Platt, en 1906. Esos hechos desplegados bajo la llamada “política del garrote” consolidaron la presencia de EEUU en el Caribe, que acompañó el incremento de las inversiones norteamericanas, y la consiguiente especialización de las economías caribeñas en la producción de alimentos para la exportación a su “protector”.
La conexión entre la agresiva política exterior norteamericana y los intereses económicos se hizo más explícita bajo el gobierno de William Taft (1909-1913). Su política exterior hacia América Latina, conocida como “diplomacia del dólar”, se fundaba en la idea de que no sólo constituía una amenaza la presencia de otras potencias, sino también la influencia de actores económicos ajenos al continente. En ese marco se produjeron intervenciones de EEUU en Honduras, Haití y Nicaragua, entre 1909 y 1912, que aseguraron el predominio de las empresas de origen norteamericano.
Con la llegada al gobierno de EEUU del primer presidente demócrata en “la era del imperialismo”, Thomas Woodrow Wilson (1913-1921), se despertaron expectativas en torno de la proclamación del fin de las políticas agresivas hacia el continente. Sin embargo, rápidamente las acciones de los marines desmintieron los discursos democráticos. El primer escenario de una nueva intervención norteamericana sería el convulsionado vecino del sur, al que ya se le había arrebatado medio siglo antes una parte de su territorio: México. El desembarco en el puerto de Veracruz, en 1914, justificado por la detención de tropas norteamericanas en Tampico, produjo una reacción defensiva por parte del gobierno encabezado por Victoriano Huerta, surgido de la Revolución que había comenzado en 1910. Si bien las tropas norteamericanas permanecieron durante seis meses en Veracruz, la respuesta mexicana expresaba un principio de autodeterminación y de rechazo a la intervención de EEUU, que ya se encontraba extendido en buena parte de los países del continente.
Centroamérica continuó siendo el escenario principal de la influencia imperialista norteamericana: un nuevo desembarco de tropas estadounidenses en Haití, en 1916, se traduciría en una ocupación que perduraría durante dieciocho años; en República Dominicana, la intervención concretada ese mismo año daría lugar al control del país durante los ocho años siguientes. Sin embargo, esa agresiva política imperialista en el continente, y en particular en Centroamérica, había engendrado también una expresión latinoamericanista, que comenzaba a ser cada vez más claramente asociada con un contenido antiimperialista.
En torno de la intervención norteamericana en la independencia de Cuba, José Martí había denunciado el imperialismo norteamericano en el continente, ofreciendo una
visión sobre los peligros que engendraban sus intereses económicos. Esa postura afirmaba la necesidad de fortalecer la unidad del continente, sintetizada en la expresión “Nuestra América”, título de un ensayo político-filosófico escrito por Martí en 1891.
En el campo artístico, filosófico y literario el movimiento estético denominado Modernismo, cuyo representante más notable fue el poeta nicaragüense Rubén Darío, le daba forma, también en esos años, a una búsqueda identitaria recortada frente a lo norteamericano, que rescataba la herencia hispana y católica de la cultura latina frente a la anglosajona.
Esa veta de la expresión artística fue recogida y amplificada por medio de la trascendencia que alcanzó entre los intelectuales del continente la obra Ariel del escritor uruguayo José Enrique Rodó, publicada en 1900, que definió en términos de contraste la condición “espiritual” de la cultura hispano americana, frente al carácter “materialista” de lo anglosajón. Más allá del contenido elitista que contenía el planteo de Rodó, su recepción daba cuenta de una vocación extendida en el continente que buscaba reemplazar el dogma cientificista que había predominado en las clases dirigentes, por nuevas representaciones sobre lo nacional y lo continental. Esta búsqueda daba lugar a diferentes expresiones en las que lo nacional se podía pensar tanto a través de las referencias a lo católico, como en torno de reivindicaciones de lo indígena o la condición “mestiza” del continente, en términos raciales, pero también culturales. La veta martiniana de una identificación identitaria de lo latinoamericano recortada frente al imperialismo, sería recuperada por algunos intelectuales con presencia y renombre en el continente, como los argentinos Manuel Ugarte y José Ingenieros. En particular el primero de ellos sería uno de los más reconocidos promotores de la unidad latinoamericana y de la necesidad de enfrentar el “imperialismo yanqui”, consignas que difundió a través de incansables viajes y conferencias, fundamentalmente entre miembros de nuevas generaciones que provenían de sectores medios ilustrados.
Estas diversas expresiones de una incipiente ideología que hurgaba en la identidad y en el contenido de “lo latinoamericano” y que se relacionaban con un antiimperialismo defensivo, estaban creando también la idea de Latinoamérica, de su unidad e identidad.
La emergencia de este proceso no puede comprenderse sin tener en cuenta que se estaba produciendo un resquebrajamiento del poder monolítico que habían construido las oligarquías aliadas con el imperialismo. Las tensiones internas del orden oligárquico habían comenzado a producir grietas en las sociedades latinoamericanas. En ellas asomaron demandas, tanto de quienes emergieron a partir de la incorporación de América Latina al capitalismo internacional (los sectores medios urbanos y un incipiente proletariado), como de aquellos que habían sido desplazados de sus tierras o formaban parte de regiones que habían quedado marginadas del crecimiento hacia el exterior. Confluyeron así en la desestabilización del orden oligárquico construido en la era del imperialismo, las contradicciones que había engendrado. Se abriría entonces un nuevo escenario para la política, en donde ganarían protagonismo los discursos y los movimientos nacionalistas y antiimperialistas, junto con otros clasitas e internacionalistas, que disputaban las representaciones sobre lo nacional y buscaban torcer las estructuras políticas y económicas que sustentaban la exclusión de las mayorías. Sin embargo no se
cerrarían con estos cambios las intervenciones imperialistas en el continente, acaso porque quedaban sin resolución las contradicciones y conflictos generados durante este período, en el que se produjo la decisiva incorporación de América Latina a la economía mundial capitalista.
Leooldo II de Bélgica
Denuncia del reverendo William M. Morrison, quien fuera durante seis años y medio misionero de la Iglesia Presbiteriana del Sur, en Luebo, Estado Libre del Congo: “Observaciones personales sobre el gobierno del Congo”.
Texto publicado en la revista mensual sobre misiones americanas, el 28 de junio de 1903.
Matanza libre
En la primavera de 1899, un funcionario estatal hizo una correría en un pueblo aproximadamente a cinco días de Luebo. Yo llegué al lugar algunos días después, por invitación del jefe, y los nativos me informaron que catorce hombres habían sido asesinados. Solo un año después, otra expedición volvió al mismo lugar. El jefe fue asesinado junto con muchos hombres inocentes y mujeres, y el pueblo fue quemado. El funcionario que hizo esto, algunos días más tarde, presumía entre risas, en Luebo, de que él había matado a muchas personas y se había hecho con una cantidad de objetos curiosos. Contó, además, que mientras sus soldados disparaban, los habitantes de la aldea gritaban ¡Shepite!, ¡Shepite!, es decir, llamaban a uno de nuestros misioneros más conocidos, el reverendo W.H. Sheppard, F.R.G.S., para que fuera en su ayuda. El Estado ha justificado esas muertes alegando que eran expediciones punitivas.
Y podría contar innumerables casos más que yo he conocido que han pasado cerca de nuestro establecimiento. Si las cosas que he narrado han tenido lugar en una región muy limitada, uno puede imaginar las barbaridades horribles que se han practicado en el gran río de Congo y en las grandes zonas explotadas por el Estado o por las compañías monopolistas de las que hablaré después.
El sistema de trabajos forzados
El sistema de trabajos forzados y el servicio forzado en la Fuerza Pública empezaron como resultado de un decreto especial de Leopold, emitido poco después de la Conferencia de Bruselas, aproximadamente hace once años. El 16 de junio de 1897, el rey Leopold celebró la proclamación de su famoso Evangelio del Trabajo en el Estado del Congo. En él les dice a sus funcionarios: “Usted debe obligar a la población a las nuevas leyes, y el más imperioso y saludable de los deberes es ciertamente el deber del trabajo”. Como resultado de este sistema de trabajos forzados, el caucho y el marfil han estado entrando a raudales en el puerto de Amberes, y la sangre de miles de hombres inocentes y mujeres en África se ha vertido para satisfacer la codicia del hombre que se propone como su bienhechor.
Cómo se monopoliza la tierra
Todo el territorio del Estado de Congo, con la excepción de una pequeña franja en la costa oriental, ha sido dividido entre el rey y varios grandes monopolios de los que, casi siempre, Leopold es un accionista importante, con el resultado de que ya nadie, ni comerciantes ni misioneros, puede comprar tierra para montar sus establecimientos. Hasta 1898, la tierra podía comprarse, aunque con muchas restricciones; desde 1898, el Estado se ha negado a vender tierra. Los arriendos se fijan para períodos de pocos años. La misión de la que soy miembro ha presentado solicitudes para cuatro concesiones de tierra en los últimos cuatro años. Ahora, al pedir la renovación se nos deniega y se nos dice que disponemos de quince días para abandonar la tierra. El nuestro es solo uno de los casos que vienen a demostrar que el Estado Libre del Congo viola con el mayor de los descaros y de manera sistemática los tratados internacionales”.
"La era del imperio" (Hobsbawm).
“De cómo Europa subdesarrolló a África” de Walter Rodney
“El África colonial cayó dentro de esa parte de la economía capitalista internacional de la se extraía el excedente para alimentar el sector metropolitano. (…) El colonialismo no era únicamente un sistema de explotación, sino un sistema cuyo propósito esencial era el de exportar las ganancias a la “madre patria”. Desde una perspectiva africana, ello significo la expatriación constante del excedente generado por el trabajo africano a partir de los recursos africanos. Significo el desarrollo de Europa como parte del mismo proceso (…) en que África fue subdesarrollada. (…) El patrón bajo el colonialismo pagaba salarios extremadamente bajos, salarios que solían ser insuficientes incluso para mantener al trabajador físicamente vivo –y que por lo tanto, lo obligaban a cultivar alimentos para sobrevivir.”
“La era del imperio 1875-1914” de Eric Hobsbawm
“(…) el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de formas simultaneas de encontrar nuevos mercados. Cuando eran lo suficientemente fuertes, su ideal era el de “la puerta abierta” en los mercados del mundo subdesarrollado, pero cuando carecían de la fuerza necesaria, intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio o, cuando menos, les diera una ventaja sustancial; la consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. En cierta forma, esto fue una ampliación del proteccionismo que fue ganando fuerza a partir de 1879”
Fuentes Imperialismo
“La primera forma de colonización es aquella que ofrece un lugar donde vivir, y trabajo al excedente de población de los países pobres o de los que tienen un contingente humano excepcional. Pero hay otra forma de colonización que afecta a los pueblos que cuentan con excedente de capitales o de productos. Esta es la forma moderna. Las colonias constituyen para los países ricos una inversión de las más ventajosas [...]. Afirmo que la política colonial de Francia, que la política de expansión colonial, la que nos ha impulsado a ir, bajo el Imperio, a Saigón, a la Cochinchina, la que nos conduce en Tunicia, la que nos ha llevado a Madagascar, afirmo que esta política de expansión colonial está fundada en una realidad sobre la que es necesario llamar por un instante vuestra atención, a saber, que una marina como la nuestra no puede navegar sobre la superficie de los mares sin refugios sólidos, defensas, centros de avituallamiento. Las naciones, en nuestro tiempo, no son grandes por la actividad que desarrollan ni por el brillo pacífico de sus instituciones. Es necesario que nuestro país se ponga a hacer lo que los demás y, puesto que la política de expansión colonial es el móvil general que importa en el momento actual a las potencias europeas, hay que tomar partido en su favor”. Discursos de Jules Ferry, en Calero Amor, A. y otros, Historia del mundo contemporáneo, Madrid, Bruño, 1982. “La política colonial se impone en primer lugar en las naciones que deben recurrir a la emigración, ya por ser pobre su población, ya por ser excesiva. Pero también se impone en las que tienen o bien superabundancia de capitales o bien excedente de productos; esta es la forma moderna actual más extendida y más fecunda. Francia, que siempre ha estado sobrante de capitales y ha exportado cantidades considerables de él al extranjero [...] tiene particular interés en considerar la cuestión colonial bajo este punto de vista [...]. Pero hay otro aspecto de esta cuestión mucho más importante: la cuestión colonial es, para países como el nuestro, dedicados, por la naturaleza misma de su industria, a una gran exportación, el problema mismo de los mercados. Allí donde se tenga predominio político, se tendrá también predominio de los productos, predominio económico. ¿Dejarán que otros que no seamos nosotros se establezcan en Túnez, que otros que no seamos nosotros se sitúen en la desembocadura del río Rojo [...], que otros que no seamos nosotros se disputen las regiones del África ecuatorial? [...]. En esta Europa nuestra, en esta competencia de tantos rivales que crecen a nuestro alrededor [...] la política de recogimiento o de abstención no es otra cosa que el camino de la decadencia”. Discursos de Jules Ferry, en Duroselle, Jean Baptiste. Europa de 1815 hasta nuestros días, Barcelona, Labor, 1975.
Actividad
Explicar las causas y las consecuencias de la "Crisis de 1873"
Desarrollar los efectos del Imperialismo en el mundo no industrializado.
Según Rodney:
¿Hacia dónde se dirigen las ganancias de las colonias?
¿Qué consecuencias tuvo para África?, ¿y para Europa?
¿Cómo era la relación patrón/europeo-empleado/africano?
4. Según Hobsbawm:
¿Qué aspecto está destacando el autor?
¿Qué buscaban los países industriales?
5. Luego de mirar el video de Leopoldo II y leer las fuentes contestar:
¿Qué exigían los "Atrevidos de Ostende"?, ¿Por qué?
¿Qué medios utilizaron para su reclamo?
¿Cómo reaccionaron las autoridades estatales?, ¿Por qué crees que reaccionaron así?
Desarrolla
6. Luego de leer la fuente del reverendo William M. Morrison, ¿qué elementos o conceptos vistos en la unidad identificas en la fuente?
Comments