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Occidente en la segunda mitad del Siglo XIX

andresmolina8

Actualizado: 27 abr 2021

Segunda Revolución Industrial

La expresión “Segunda Revolución Industrial” se utiliza para hacer referencia al conjunto de innovaciones técnico-industriales fundadas en el acero barato, la química, la electricidad, el petróleo, el motor de combustión interna, la nueva empresa moderna y nuevos tipos de gestión del trabajo y organización industrial, que emergen durante el último tercio del siglo XIX.


El acero, que es más resistente y duradero que el hierro forjado, desde mediados del siglo XIX se abarató. Esto debido a innovaciones tecnológicas que redujeron los costos de producción (reducción entre un 50 por ciento y un 70 por ciento entre 1850/1880). Además, debido a los altos costos de producción se necesitaba un mínimo de producción y esto generó una fuerte concentración. Por otro lado, el petróleo, cuyo poder calorífico era superior a los productos antes utilizados, era fácilmente transportado. Esta nueva fuente de energía se transformó en estratégica con la aparición del motor de combustión interna. En cuanto a la electricidad, hacia finales del siglo XIX se dieron grandes avances como la lámpara, el tendido de cables, el alternador y transformador. Gracias a esto la aplicación de esta nueva tecnología se fue expandiendo. Por ejemplo como en la iluminación en las ciudades, el tranvía, motores eléctricos para la industria y medios de comunicación como el telégrafo, el teléfono, la radio y el cine.

Más allá del desarrollo de nuevas ramas dentro de la industria también encontramos que la segunda mitad del siglo XIX fue la época del nacimiento de la empresa moderna. Esta se entiende como una organización burocrática, administrada por gerentes asalariados, cuya forma jurídica más característica es la sociedad anónima. Las empresas modernas se distinguen de las tradicionales fundamentalmente por las dimensiones y las actividades que se desarrollan, ya que se tratan de grandes empresas que han integrado distintas funciones, combinando la producción y la distribución en gran escala. Esto es producto de estrategias de integración horizontal y vertical. En el primer caso, la unión de empresas independientes (por consenso o por absorción de las más débiles) generó empresas de mayores dimensiones. En segundo lugar, tuvieron lugar procesos de integración hacia atrás y hacia adelante. Los procesos de integración hacia atrás se produjeron con el fin de controlar el abastecimiento de materias primas y de insumos. Los de integración hacia adelante, con la finalidad de controlar el proceso de distribución. Además, las empresas modernas requieren de inversión intensiva de capital por lo que llevó también a un proceso de concentración.

Las formas tradicionales de administración, centralizadas y personalizadas, debieron ceder terreno a sistemas de gestión mucho más complejos. De aquí se deriva que un elemento característico de la empresa moderna: gerentes asalariados y una estructura burocrática. El proceso de separación entre propiedad y gestión estuvo vinculado al incremento de los volúmenes de capital que las grandes empresas requerían. Para ello debieron recurrir crecientemente al crédito bancario y al mercado de capitales, mediante emisión de acciones.

Con el proceso de consolidación de la gran empresa en sectores clave de la actividad industrial generó una creciente concentración y formas oligopólicas en los mercados, fundamentalmente en las ramas capital-intensivo de la producción.

Con la Segunda Revolución Industrial se produjeron también cambios profundos en el proceso de trabajo, cuyas expresiones más sobresalientes fueron el taylorismo y el fordismo. Ambos se originaron en Estados Unidos entre fines del siglo XIX y principios del XX, y tienen en común la propuesta de una organización más racional del trabajo, con el fin de incrementar su productividad. Con el nacimiento del sistema de fábrica, el obrero fue dejando de manejar y dominar los instrumentos de trabajo, pasando a ser controlados por el ritmo de la máquina. Los trabajadores calificados (que eran una minoría) concentraban y dominaban las tres etapas básicas que conformaban su trabajo: la concepción, organización y ejecución del mismo. Esto significaba el control de los tiempos productivos por parte de los obreros, circunstancia que, según los empresarios, era aprovechada para crear dentro de la fábrica un sinnúmero de momentos improductivos, que reciben el nombre de “tiempos muertos”

El ingeniero F. Taylor logró reducir los tiempos muertos mediante la racionalización del trabajo y el cronometraje de las tareas. La llamada “organización científica de trabajo” está orientada a lograr una mayor economía de tiempo, con el objeto de incrementar la producción y reducir los costos y los precios de los productos. Entre las características encontramos:

1. El estudio de los tiempos y movimientos de las tareas para identificar los movimientos inútiles a fin de eliminarlos y de conservar sólo los más rápidos y estrictamente necesarios con vistas a planificar la producción.

2. La instalación en los talleres y oficinas de una acentuada división social y técnica del trabajo (separación entre la concepción y la ejecución del trabajo)

3. La estandarización de las tareas.

4. La asignación, por anticipado, de un número limitado de tareas específicas a cada uno de los trabajadores.

5. La necesidad de individualizar el trabajo, oponiéndole al trabajo grupal o en equipo.

6. Un sistema de remuneración estructurado básicamente en función del rendimiento personal.

7. El control y la estrecha supervisión de cada trabajador (aparición de los supervisores o capataces)

El fordismo se utilizó en las empresas que manufacturaban grandes series de bienes de consumo durables de naturaleza homogénea, orientados a satisfacer a un mercado creciente. Este se apoya en la cadena de montaje sobre la cinta transportadora, que implica un flujo continuo de producción, el permanente movimiento de las piezas y subconjuntos, evitando el desplazamiento de los trabajadores. Es una suerte de “mecanización de los trabajadores”, ya que la cadencia del trabajo está regulada mecánicamente, de manera absolutamente exterior al obrero, por la velocidad dada a la cinta que pasa delante de cada operario.


Si bien el fordismo retomó los principales conceptos del taylorismo, también implicó cambios importantes que lo diferencian de él sustantivamente. Las nuevas exigencias de la producción masiva requerían una modificación de las pautas de consumo y de las normas de vida de los trabajadores, por lo que las empresas dejaron considerar como un peligro el incremento de las remuneraciones salariales. Los trabajadores pasaron a ser considerados como verdaderos consumidores potenciales, para lo cual era menester aumentar el poder de compra y reducir los costos de producción. Con el “five dollars a day” (que duplica el salario promedio de la época) le permitió a la empresa asegurar un aprovisionamiento continuo de la fuerza de trabajo y, a la vez, romper con la relación entre trabajadores y sindicalismo.

La industrialización de Francia, Alemania y Estados Unidos.

A mediados del siglo XIX, la industria francesa adoptó el sistema fabril. Sin embargo, durante mucho tiempo perduró la producción a pequeña escala combinada con las nuevas industrias. Esto se debió a que el predominio de la propiedad rural tradicional demoró la conformación de un mercado interno y la migración de población rural a las ciudades. El impulso para la industria provino de las políticas del Estado que favorecieron la construcción de FFCC, lo que a su vez generó una gran demanda para la siderurgia y estimuló las inversiones hacia la industria pesada. Otro factor determinante fue el financiamiento de estas grandes empresas a través del crédito bancario y de la constitución de sociedades anónimas. A pesar de que la industrialización francesa fue más lenta que la inglesa, mantuvo un ritmo constante de crecimiento.

En el caso de Alemania, la industrialización comenzó en 1850, estrechamente ligada al desarrollo de la red ferroviaria, que estimuló la producción de hierro, carbón y acero y el crecimiento de la industria química. La intensificación del desarrollo industrial alemán se debió principalmente a tres factores:

A- La migración hacia las ciudades: a diferencia de lo ocurrido en Francia, la propiedad rural en Alemania estaba concentrada y la modernización de la agricultura a través de la incorporación de maquinas obligo a millones de trabajadores agrícolas a abandonar el campo. Muchos emigraron al exterior, pero muchos otros fueron absorbidos como manos de obra por los nuevos centros industriales.


B- La activa participación del sistema bancario en la financiación de la industria: ya desde 1840 los bancos privados jugaron un importante papel en la movilización del capital necesario para financiar la primera etapa de expansión ferroviaria. En 1850 se fundaron nuevos bancos industriales y, en 1870, se promulgó una ley que autorizaba la formación de sociedades anónimas que actuaron como agente de concentración de capitales para otras industrias, como la de la construcción, la minería, la metalurgia y la textil.

C- La intervención estatal: los gobiernos alemanes buscaron obtener una creciente autonomía económica y un mayor poderío militar. El Estado participó directamente den la construcción de las líneas ferroviarias y fijo tarifas para favorecer el intercambio comercial entres distintas regiones y promover la actividad industrial y las exportaciones. Además, subsidió el surgimiento de actividades industriales que consideraba estratégicas para la seguridad nacional, como la industria de armamentos.

En el caso de Estados Unidos, desde mediados del siglo XIX el desarrollo económico y financiero permitió al país afirmarse como potencia industrial. A diferencia de los países europeos, que exportaban la gran mayoría sus manufacturas, la industrialización en Estados Unidos se basó principalmente en el mercado interno: la mayor parte de los bienes producidos se destinaban a abastecer la población del país. Esto se explica por el gran crecimiento de la población registrado durante el siglo XIX como consecuencia del crecimiento vegetativo y del aporte de la inmigración.

La fuerza del mercado interno también se encontraba en la capacidad de demanda y en la integración de la población al consumo. El proceso de urbanización y la política de distribución de tierras, que favoreció a pequeños propietarios, crearon una amplia demanda que pudo ser cubierta a medida que el desarrollo de los transportes fue unificando el territorio. El carácter masivo del mercado fue un requisito para el desarrollo de la producción y distribución a gran escala. Además de una población en constante crecimiento, los Estados Unidos contaban con una dotación privilegiada de recursos naturales. Poseían vastas tierras fértiles para producir alimentos, y abundantes recursos minerales, como hierro, carbón y petróleo. Contaban, por otro lado, con abundante madera y cursos de agua en las principales zonas industriales lo que permitió obtener energía barata antes de que comenzara la explotación del carbón. De todos modos, el potencial de recursos solo pudo ser aprovechado en su totalidad a media que avanza la ocupación del territorio hacia el oeste, y cuando el desarrollo de los transportes y las comunicaciones hicieron viables los intercambios entre las distintas regiones.

La urbanización.

Durante el siglo XIX, conforme se fue consolidando el desarrollo capitalista, la población creció a pasos acelerados. El crecimiento demográfico tuvo lugar especialmente en las zonas industriales y, dentro de ella en donde los recursos tecnológicos eran más avanzados.

Las causas principales de este crecimiento fueron el aumento de la natalidad y el descenso de la mortalidad. Por otro lado, el abaratamiento de los alimentos y las mejoras en las condiciones de trabajo y de vida llevaron a que las familias tuvieran más hijos. Por otro lado, la generalización de la higiene y los progresos de la medicina aumentaron la esperanza de vida de los adultos, y también de la de los niños.

El máximo crecimiento demográfico se dio en los núcleos urbanos. La concentración industrial y las mejores condiciones salariales de la ciudad en comparación con el campo generaron una creciente migración de población rural a los centros fabriles. El desarrollo de las ciudades determinó la necesidad de una serie de reformas urbanísticas. Se comunicaron el centro con los barrios alejados por medio del ferrocarril o el subterráneo. Se abrieron grandes espacios públicos, como parques, jardines botánicos, zoológicos, museos, galerías y teatros. Se derribaron restos de viejas murallas y calles angostas y, en su lugar, se erigieron anchas avenidas con grande centros comerciales.

De este modo, las ciudades se transformaron rápidamente, convirtiéndose en el símbolo indudable del capitalismo. La ciudad imponía una creciente segregación social entre los humildes barrios obreros y los nuevos distritos burgueses, estos últimos con espacios verdes y residencias de varios pisos iluminados a gas y con calefacción. Los proyectistas urbanos consideraban que los pobres constituían un peligro potencial que podía ser mitigado con la construcción de avenidas y bulevares que permitieran contener cualquier intento de alzamiento popular.

La salud pública fue otra de las preocupaciones presente en los planes de remodelación y modernización de las ciudades. La mayor concentración de población, combinada con la falta de higiene, había favorecido la propagación de enfermedades contagiosas, como el cólera y el tifus, graves brotes epidémicos. Para evitar su reiteración, se emprendieron obras de saneamiento urbano, como la construcción de sistemas de alcantarillado, redes de provisión de agua potable y cloacas, y comenzaron a tomarse disposiciones para la recolección de residuos domiciliarios.

En las ciudades comenzaron también a transformarse los métodos de circulación y distribución de mercancías. La aparición de las grandes tiendas fue una novedad en París en 1850, que pronto se extendió a otras capitales, como Berlín y Londres. El objetivo de esos comercios era que el capital circulara rápidamente, por lo cual se vendía mucho y barato. Sin embargo, esta nueva forma de comercialización represento la ruina de muchos pequeños comerciantes y artesanos y no estuvo al alcance de todos. Por lo tanto, y como afirma Hobsbawm: “La ciudad era, realmente, el símbolo externo más llamativo del mundo industrial, después del ferrocarril”.

Las clases

La burguesía: fue la clase social que se consolidó e impuso sus pautas a la sociedad a partir de la “Doble Revolución” (francesa e Industrial). La podemos delimitar como, en el plano económico, los propietarios de los medios de producción. En el plano social, se trata de personas con poder e influencia, independientemente del poder político o de un título de nobleza. Consideraban su posición como un logro personal que los autorizaba a guiarse por sus propios criterios y a ser jefes de su hogar y de su empresa. En el plano cultural, confiaban en el liberalismo, en el capitalismo, en la empresa privada y competitiva, en la ciencia y en la posibilidad del progreso indefinido. Para esta clase, orgullosa de sus logros, el mundo era un ámbito abierto a las iniciativas y a los emprendimientos individuales.

La familia burguesa se consolidó en torno a la autocracia patriarcal y a la red de dependencias personales. El varón, en su rol de esposo y padre, era la cabeza indiscutible de la familia. Por debajo de él, se situaban su mujer y sus hijos, y por último, los criados de la casa. La moral burguesa se caracterizó por la disociación entre la materia y el espíritu. Por un lado, se encontraba el mundo terrenal, base de las relaciones económicas capitalistas cuya máxima expresión era el dinero. Por otro lado, se alzaba el mundo ideal, considerado más elevado que el físico, en tanto remitía a los superemos valores de la civilización las casa de la burguesía representaban muy bien esta duplicidad entre materia y espíritu. Los objetos debían ser sólidos, útiles, confortables y perdurables, y se constituían en símbolos del estatus social alcanzado por su propietario. Sin embargo, también debían demostrar que eran bellos. Por eso ninguna silla se utilizaba sin tapizado, ninguna superficie sin mantel o un adorno, ningún cuadro sin su marco dorado.

El proletariado

El proletariado: entre 1850 y 1880 se fue consolidado y fue capaz de desafiar a la burguesía. El proletariado estaba integrado principalmente por:

Los obreros especializados: se trataba de obreros capaces de fabricar y reparar las maquinas. Eran los que recibían un mayor pago y se encontraban en mejor posición para negociar con sus patrones.

La gran masa de obreros y obreras de fábrica: a diferencia de los obreros especializados, compartían jornadas laborales de 15 a 16 horas diarias, situaciones de trabajo precarias y la amenaza de periódicas crisis de desempleo. Dentro de este grupo se registraba, todavía, una fuerte presencia de mano de obra femenina e infantil.


En algunos casos también encontramos a los recién emigrados del campo: se encontraban en la base de la pirámide. Por ejemplo, tras la gran hambruna de 1845 originada en Irlanda por la pérdida de las cosechas de papa, cerca de 50.000 trabajadores migraron a Inglaterra. La situación desfavorable en la que se encontraban estos nuevos obreros los llevaba a aceptar cualquier trabajo, por duro que fuese, a cambio de salarios irrisorios. Por esta razón, cumplían un papel fundamental en el desarrollo del capitalismo industrial: por su constante oferta de mano de obra barata, conformaban un ejército de reserva (desempleados permanentes), que contribuían a mantener bajo el nivel salarial. En el mundo del trabajo las condiciones de vida eran difíciles. Los obreros vivían en cuartos o pequeñas viviendas alquiladas, en los que se hacinaban los integrantes de la familia. Como la mortalidad por accidentes de trabajo, enfermedades infecciosas o alcoholismo era muy alta, era frecuente que las familias estuvieran compuestas por n solo de los padres y los hijos. También la mortalidad infantil eral muy alta debido a la mala alimentación y las enfermedades. El obrero no vio en el trabajo más que una ocupación material que le permitiera vivir, y por cierto no muy cómodamente. En la fabrica inmensa, cumpliendo un trabajo especializado o en cadena, bajo la vigilancia de otros asalariados como él mismo.

Durante este período se consolidó la organización colectiva de los trabajadores. En Inglaterra comenzó a desarrollarse un sindicalismo lo suficientemente fuerte para presionar a los patrones, con tal éxito que la amenaza de huelga muchas veces no llegaba a concretarse. En Francia, luego de la revolución de 1848, las organizaciones obreras sobrevivieron como sociedades de socorros mutuos. En Alemania, hacia 1860, comenzó a registrarse un movimiento sindicalista, que incluía no solo a los obreros de las grandes fábricas, sino también a los artesanos. Junto con el sindicalismo surgió el socialismo parlamentario. Se trataba de grupos que propugnaban la incorporación de los obreros a las instituciones democráticas a trabes de la constitución de partidos políticos que los representaran en el Parlamento. Así, por ejemplo, Jean Jaures, reivindicó el papel del Estado como mediador en las luchas sociales y planteó la transformación gradual del capitalismo en una sociedad socialista, viendo en la acción sindical y parlamentaria el medio idóneo para conseguirlo. De estas posiciones surgió la corriente socialdemócrata cuya expresión política en todo el mundo fueron los partidos socialistas. A vertiente reformista del socialismo contribuyó a la sanción de muchas leyes que protegieron a los trabajadores. En estas circunstancias, además, empezó a considerar a la empresa como algo hostil, a la cual no le unía ningún afecto y de la cual solo podía recabar, por la fuerza si era preciso, un aumento en su salario, una reducción de las horas de trabajo o una compensación económica para la vejez o los accidentes. La evidente desigualdad económica entre la burguesía y el proletariado y fue el primer reactivo que hizo aparecer una conciencia colectiva de sus intereses inmediatos a defender. La lucha de clases llevó a que la oposición al régimen de trabajo cristalizara en un movimiento político amplísimo que, en algunos casos, recurrieron a la violencia como métodos de acción.


Las ideas (alguna de ellas).

Junto con los cambios económicos, políticos y sociales que tuvieron lugar en Europa durante el siglo XIX, también surgieron otras formas de interpretar y explicar la realidad:

El liberalismo: En el nuevo mundo industrializado la burguesía defendió sus ideales, que fueron conocidos como liberalismo, y rompieron con las creencias tradicionales que defendían el orden feudal y eran sostenidas por la Iglesia.

Para el liberalismo burgués, las sociedades se organizaban de acuerdo con un orden natural, que debía ser entendido a través del conocimiento científico. Según esta corriente de pensamiento, para lograr el bienestar general, cada individuo debía satisfacer sus propias necesidades y preocuparse por sus propios intereses. El liberalismo hace del individuo el eje para el desarrollo de la sociedad, y siempre la autorrealización es el método para extender las capacidades creadoras de cada persona. Por eso llevaba una moralidad derivada de la inflexibilidad de la lucha por la existencia, con valores de sobriedad, autocontrol, acción, eficacia y competitividad, aplicados sobre todo al trabajo. En política esto significa el contractualismo o constitucionalismo, con los principios de representación ciudadana y separación y limitación de poderes. El capitalismo, basado en la libre competencia, era la expresión económica de estas ideas. El desarrollo de las nuevas tecnologías, el conocimiento científico y el crecimiento económico permitían pensar en el progreso continuo de la humanidad. En ambos casos la clave reside en el derecho de propiedad, fruto del valor producido por el trabajo. Por eso la propiedad es tan sagrada como la vida humana, es la razón de ser del Estado y el elemento que confiere autonomía real al individuo.

El liberalismo económico liberal consideraba que los gobiernos no debían intervenir en la economía ni en los problemas sociales originados por la actividad económica. Los Estados solo debían garantizar el orden público en sus países.

En Francia, Quesnay fundó la escuela fisiocrática, que afirmaba que la economía estaba regulada por la naturaleza y la actividad creadora de riqueza era la agricultura, a diferencia del mercantilismo, que sostenía que el centro de la economía era el comercio.

Las ideas de Quesnay influyeron en uno de los pensadores que iniciaron esta corriente en Inglaterra, el economista británico Adam Smith. En su libro “Ensayo acerca de la riqueza de las naciones” publicado en 1776, señalaba que el crecimiento económico se potenciaría a través de la libre competencia y la división del trabajo, que a su vez se profundizaban con la ampliación de los mercados y la especialización. Además, para A. Smith, la libre competencia era el eje central de la economía y las contradicciones generadas por el mercado serian corregidas por lo que él denominó la “mano invisible”. Según este principio, existían mecanismos automáticos que hacían que las condiciones del mercado tendieran a equilibrarse naturalmente, sin la necesidad de la intervención del Estado.

El socialismo.

Mientras el pensamiento liberal justificaba, mediante herramientas teóricas, el desarrollo del capitalismo industrial, muchos intelectuales criticaban las injusticias de la nueva sociedad burguesa. Esta nueva corriente de ideas fue conocida como socialismo, y en ella se privilegiaba lo comunitario y lo social, en oposición al liberalismo, que exaltaba los principios individuales.

Una de las principales preocupaciones de los primeros socialistas, como los franceses Fourier, Blanqui y el Conde de Saint-Simon, era superar la pobreza y las diferencias entre las clases sociales. Creían que se podía alcanzar una sociedad donde la producción estuviera al servicio de las personas. También, pensaban que era posible una sociedad en la que se trabajara de forma solidaria y donde la producción se repartiera equitativamente. Debido a esta forma de pensar los cambios en la sociedad, otros pensadores lo llamaron “utópicos”, porque consideraban que sus propuestas no eran posibles. Los socialistas alemanes Karl Marx y Friedrich Engels afirmaban que era imposible que la burguesía renunciara a sus ganancias, a menos que los obreros se organizaran y destruyeran el poder político y económico de los capitalistas. Tanto Marx como Engels, denominados como “socialistas científicos”, sostenían que sus ideas desde un análisis histórico y científico de la sociedad capitalista. Ellos

explicaban los cambios experimentados por la humanidad a partir de las luchas de clases, entendida como un conflicto inherente a las sociedades organizadas en clases sociales. En toda sociedad de clases lo que puede hacerse está limitado por el carácter de las relaciones sociales dominantes. Como lo que quieren los que se benefician de esas relaciones sociales dominantes es explotar a los dominados, las prohibiciones principales son aquellas que impiden a estos últimos sacudirse la dominación o, incluso, hacerla más soportable. Por esa razón, toda sociedad de clases está atravesada por una lucha violenta y permanente, una guerra civil más o menos abierta o más o menos larvada. Para Marx y Engels el capitalismo es un tipo específico de sociedad de clases que se caracteriza por el predominio de relaciones asalariadas que implican la expropiación de los productores directos y la apropiación, por unos pocos, de los medios de producción. El capitalista, el dueño de los medios de producción, extrae plusvalía a los obreros explotando su fuerza de trabajo.

El anarquismo.

El anarquismo fue otra corriente de pensamiento que criticaba el desarrollo del capitalismo. Los anarquistas se basaban en la idea de que el individuo era bueno por naturaleza, y que la sociedad, el Estado y sus instituciones son quienes lo corrompen. El anarquismo proponía una sociedad de individuos iguales, en la que ningún hombre tuviera poder sobre otro. Los principales teóricos del anarquismo fueron Godwin, Proudhon y Bakunin. Para los dos primeros, la resistencia al orden injusto generado por el Estado capitalista debía ser pasiva e intelectual. Para Bakunin, en cambio, esa resistencia debía ser organizada colectivamente para provocar la revolución. Algunos sectores del anarquismo creían en la acción radical y violenta, que se concretó con atentados. El anarquismo alcanzó su máxima influencia en sociedades que estaban poco industrializadas, como España por ejemplo.


Aspectos políticos.

Unificación de Italia: La guerra y la sublevación impulsaron el proceso de unificación. Desde principios del siglo XIX, numerosas sociedades secretas, cuyo ideal era el liberalismo, lucharon por la unificación de Italia. El liberalismo italiano consideraba que la unidad nacional y la libertad política eran fundamentales para terminar con la dominación extranjera.

Luego de la desintegración del Imperio Romano, la península italiana había permanecido dividida en diversos Estados. En el siglo XIX, algunas zonas del actual territorio de Italia estaban bajo dominio extranjero. Los pedidos de unidad se fundamentaban en la existencia de una lengua común. El Resurgimiento fue el movimiento político y social que impulso la unificación de los diferentes Estados de la península italiana en un único Estado.

El proceso de unificación de Italia tuvo varias etapas. En un primer momento, fue fundamental la intervención del reino de Piamonte-Cerdeña, que logró unificar el norte y el centro de la península, con excepción del reino de Véneto que siguió bajo dominio austriaco. Una vez pacificado el norte, el reino de Piamonte-Cerdeña, gobernado por una monarquía constitucional cuyo rey era Víctor Manuel II, encabezó un movimiento unificador. En 1859, con el apoyo del emperador francés Luis Napoleón, anexaron la región de Lombardía, hasta ese momento bajo dominio austriaco. Luego, lograron incorporar otras regiones del norte de Italia.

En 1860 se inició un avance sobre el sur de la península, Garibaldi encabezó un ejército de voluntarios, conocidos como “camisas rojas”, y conquistó Sicilia y Nápoles. En 1861 se proclamó el reino de Italia y se coronó rey a Víctor Manuel II. Únicamente Venecia y los Estados Pontificios quedaron fuera del reino, al que incorporaron en 1866 y 1870, respectivamente. Roma se estableció como capital y el Papa perdió sus Estado. El pontífice Pio IX continuó en el Vaticano y se consideró prisionero del nuevo reino.

Unificación de Alemania: En 1815, el territorio alemán estaba dividido en 39 estados. El Congreso de Viena los agrupó en la llamada Confederación Germánica, que estaba presidida por Austria. La existencia de una lengua y una cultura común fueron fundamentales para el movimiento nacionalista alemán.

Como ocurrió en Italia, el eje de la unificación fue el Estado más poderoso. En el caso alemán, este estado fue Prusia, que en 1834 organizó una unión aduanera conocida como Zollverein, y suprimió los aranceles comerciales en 25 de los 39 estados de la Confederación. Entre los estados suprimidos estaba Austria. El avance del nacionalismo se hizo evidente en la revolución de 1848, cuando un Parlamento reunido en la ciudad de Frankfurt le ofreció la corona de una Alemania unificada al rey de Prusia, quien no aceptó el ofrecimiento. A partir de 1862, el rey de Prusia, Guillermo I y su canciller, Otto von Bismarck, aceleraron el proceso de unificación, que se realizo por la vía militar. En 1866, tras la victoria sobre Austria en la Guerra de las Siete Semanas, Prusia creó la Confederación de la Alemania del Norte, lo que significó la unificación de los reinos. Solo Austria continuó separa de la unión. En 1870, tras la victoria en la guerra contra Francia, que perdió los territorios de Alsacia y Lorena, los estados alemanes del sur se unieron a la Confederación. La guerra contribuyó a la unificación y, en sus etapas finales, los príncipes de los reinos reconocieron a Guillermo I como emperador alemán, conocido como II Reich.

El proceso de unificación de Alemania fue una revolución desde arriba, es decir, fomentada por los sectores tradicionales: la aristocracia, las fuerzas del ejército y los junkers, o propietarios de la tierra. La burguesía, relegada por el poder territorial de la aristocracia, abandonó la lucha para asumir un rol político preponderante.

La Comuna de París: La guerra Franco-Prusiana, que terminó en un desastre para Francia, provocó una insurrección popular que al grito de “la patria está en peligro” convocó en París a elecciones comunales el 18 de marzo de 1871. En ellas triunfaron los sectores más radicalizados, y en sus 54 días de vida, La Comuna emprendió reformas políticas inéditas como la desaparición del ejército permanente y su reemplazo por el pueblo directamente armado, llamadas milicias populares, el establecimiento de la revocabilidad de mandato como principio democrático que posibilitaba la destitución de todo funcionario que no cumpliese su tarea así como que el mismo cobre un sueldo igual al del obrero. En el campo social suprimió el trabajo nocturno en las panaderías y el sistema de multas a los trabajadores. En lo económico decidió que todos los talleres abandonados o paralizados por los empresarios se entregaran a cooperativas de obreros para que reanudaran la producción. En lo educativo amplió la educación gratuita y laica.

La respuesta de la burguesía no se hizo esperar: las tropas gubernamentales arrasaron París y la represión produjo 45 mil detenidos, y miles de deportados, exiliados o condenados a trabajos forzosos.

La internacional: en 1864, por iniciativa de sindicalistas ingleses y de obreros franceses exiliados, surgió en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores, más conocida como la Primera Internacional. Su objetivo era darle un carácter mundial a la lucha proletaria, a través de la unión de las distintas agrupaciones ya existentes. Dentro de ella se enfrentaron varias corrientes o tendencias. Las dos principales fueron la marxista y la anarquista. Ambas sostenían que el proletariado debía realizar una revolución para reemplazar al capitalismo por una sociedad sin división de clases, pero diferían en cómo entendían la revolución. Marx (1818/1876), planteaba que los obreros debían organizarse en un partido para encabezar la lucha revolucionaria, tomar el poder y usarlo para expropiar a la burguesía. En su interpretación, por ese camino llegaría la desaparición del Estado. En cambio, Bakunin (1814/1876), principal ideólogo del anarquismo, propugnaba la abolición del Estado, sin fases intermedias, como inicio de una sociedad donde la propiedad fuese colectiva.

La vocación internacional de la asociación chocó contra el carácter nacional de los sindicatos. Al estallar la guerra Franco-prusiana en 1870, los trabajadores se asumieron primordialmente como franceses o alemanes y partieron al frente a luchar contra un enemigo que incluía a su propia clase. De este modo, en 1872, la Primera Internacional dejó de existir.

En 1889, en París, se fundó la Segunda Internacional, que aspiraba a agrupar a los partidos socialista que ya existían en distintos países, principalmente europeos. En ella fue muy fuerte la influencia de la socialdemocracia alemana. Este partido, cuyo principal ideólogo era Kautsky (1854/1938), había adoptado un programa que impulsaba la acción parlamentaria para lograr reformas sociales, como paso previo indispensable para que el proletariado se fortaleciese y preparase para liderar la revolución. La Segunda Internacional adoptó diversas medidas de lucha. Por ejemplo, estableció el Primero de Mayo de cada año como día de reclamo mundial para obtener la jornada de 8 horas. En general, mantuvo una actitud reformista, acorde con el programa de la socialdemocracia alemana, aunque también formaron parte de la organización grupos más radicalizados. Durante la década de 1890, se organizaron partidos socialdemócratas en la mayoría de los países europeos y latinoamericanos. Incluso en el Imperio zarista, en 1898, se fundó el Partido Obrero Socialdemócrata ruso, en la más absoluta clandestinidad e ilegalidad.

Documento de Word:


Actividades:

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Audios explicativos:


Audio 1:

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Audio 2:

https://static.wixstatic.com/mp3/7a520c_7e557d1ded534501bc2d16d91757bbfa.m4a

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